La felicidad no es lo que nos pasa, sino como interpretamos lo que nos pasa. La misma realidad que un día nos irrita, otro día puede hacernos felices ¿Y eso de qué dependerá?

En principio de nuestro sistema de creencias, relacionado a como pensamos que deberían ser las cosas, de nuestras verdades y de todo lo que hemos ido internalizando a lo largo de la vida, todo esto influirá en la manera como interpretamos cada experiencia.

Lo segundo que influye, son nuestros estados de ánimo, cuando nos mantenemos conectados a emociones positivas y favorables, solemos tener mayor y mejor capacidad para afrontar las situaciones desagradables. Lo mismo sucederá a la inversa.

Y lo tercero obedece a una razón biológica, y es que en el cerebro existe una zona llamada sistema reticular activador ascendente, cuya función en términos sencillos, es filtrar todo lo que llega de la realidad y captar sólo aquello que nos interesa. De esta manera nuestro cerebro se va a enfocar y va a encontrar aquello que busca, es decir, si estoy enfocado sólo en ver lo negativo, lo que no funciona, los problemas, etc, lo más seguro es que por consecuencia, nos tacarán más de esas experiencias; por el contrario, si vamos tratando de enfocarnos hacía la funcional, con lo que contamos, lo que si tenemos, lo positivo, etc, sin duda estaremos más cercanos a las soluciones.

Es por ello que debemos enfocarnos en propósitos y sentidos de vida más armónicos, que oriente nuestras vidas y nuestro andar, logrando así una adecuada sintonía entre las emociones satisfactorias y un mejor desempeño de las funciones globales, lo que sin duda protegerá nuestra salud mental.

Para que nos pasen cosas buenas, lo primero que debemos hacer es conocernos, comprendernos, aceptarnos, cuidar nuestros pensamientos y enfocarnos en objetivos de vida, de allí en adelante, transitar por ese camino de construcción de lo que queremos para nosotros.